La
escultura helenística representa una de las más importantes expresiones artísticas de la cultura del
Helenismo y el estadio final de la evolución de la tradición de
escultura de la Antigua Grecia. La definición de su vigencia cronológica, así como de sus características y significado, ha sido objeto de largas discusiones entre los historiadores del arte, y parece que se está lejos de alcanzar un consenso. Usualmente se considera como período helenístico comprendido entre la muerte de
Alejandro Magno, en el
323 a. C., y la conquista del
Antiguo Egipto por los
romanos en
30 a. C. o más exactamente en 31 a. C. —triunfo de
César Augusto sobre
Marco Antonio en la
batalla de Actium—. Sus características genéricas se definen por el
eclecticismo, el
secularismo y el
historicismo, tomando como base la herencia de la
escultura griega clásica y asimilando influencias orientales. Entre sus contribuciones originales a la tradición griega de la escultura se encuentran el desarrollo de nuevas técnicas, el perfeccionamiento de la representación de la
anatomía y de la expresión emocional humana, y un cambio en los objetivos e interpretaciones del arte, abandonándose el genérico por el específico. Eso se tradujo en el abandono del idealismo clásico de carácter
ético y
pedagógico en busca de una enfatización de los aspectos humanos cotidianos y del encaminamiento de la producción para fines puramente
estéticos y, ocasionalmente, propagandísticos. La atención dada al hombre y a su vida interior, sus emociones, sus problemas y sus anhelos comunes, resultó en un estilo realista que tendía a reforzar el drama, el prosaico y el movimiento, y con él aparecieron los primeros
retratos individualizados y verosímiles del arte occidental. Al mismo tiempo, ocurrió una gran ampliación de la temática, con la inclusión de representaciones de la vejez y de la infancia, de deidades menores no
olímpicos y de personajes secundarios de la
mitología griega, y de figuras del pueblo en sus actividades diarias.